Racionalismo Mullet
Formal de frente, rebelde de fondo.
Texto por Martín Huberman
La reforma se plantea sobre una casa de dos plantas construida en los años treinta y que estilísticamente se inscribe en lo que me animo a llamar como racionalismo barrial, consistente en sus líneas, pero algo flojo de papeles conceptuales. Por aquel entonces era común que un arquitecto, o ingeniero en nuestro caso, dominara un estilo clásico y se viera obligado a transicionar hacia las nuevas corrientes que venían de afuera. Así nace un estilo hibrido que con sigilo y poca premura engrosó las filas del racionalismo vernáculo.
En ese proto movimiento las casas se planteaban modernas, pero aún conservaban costumbres tipológicas de antaño. La importancia de las fachadas se complementaba con los jardines frontales que por entonces eran el principal espacio verde de la casa. Si bien pequeño y hoy casi olvidado, ese jardín tenía una impronta comunitaria fundamental en el desarrollo de estos nuevos barrios suburbanos. Mediador de lo privado y lo público, tanto en lo literal como en lo conceptual, era un articulador de las lógicas vecinales y a la vez un espacio donde se dirimían ciertas proyecciones sociales del aspiracional comunitario. Esta impronta forzaba a la planta baja a volcarse hacia delante, organizando los espacios principales hacia el frente y volcando al contrafrente los servicios. Así es que la contrafachada y el jardín del fondo eran por lo general estructuras carentes de estrategias estilísticas, espacios irresueltos en tiempos en los que aún eran contemporáneos el ornamento y el suscitado delito. En nuestro caso esta bipolaridad entre fachadas era abismal, un certero formalismo racionalista en el frente y un vacío conceptual en el fondo hacían pensar en las lógicas estilísticas del mullet, ese look ochentoso mediante el cual algunos se permitían, con dudosa gracia, poner en manifesto sus dos personalidades.
No es hasta pasada la mitad del siglo XX que se pone en valor el jardín trasero como expansión del hogar, potenciado por una nueva reivindicación de la vida al aire libre en formato privado. Tomar sol junto a la pileta, hoy sinónimo de cierta vida suburbana no existían como lógica en los tiempos en los que la casa fue construida. Con el pasar de los años la impronta del jardín frontal fue perdiendo impulso, a raíz de la consolidación cívica de los barrios y la importancia del auto como correlato fundamental del hogar suburbano. Su inserción en ese nimio espesor entre fachada y calle fue quizás el más fulminante de los golpes, al menos hasta la actualidad dónde la tendencia se vio radicalizada a partir de su amurallamiento, ese triste derrame cargado de paranoia, miedo e inseguridad que la cultura de los barrios privados supo imprimirle a los suburbios urbanos.
Es triste afirmar que hoy el jardín frontal como estrategia comunitaria es una especie en extinción.
El proyecto intentó recuperar e integrar ambos jardines en una única lógica formal, una planta baja libre con ciertas concesiones de estilo. Por un lado, se conservó y hasta potenciaron las líneas que esgrimieron a la fachada principal como manifiesto vecinal en conjunto con ese jardín de entrada, y por el otro se integró al jardín trasero a los principales programas de la casa. Ambos patios fueron amalgamados en un esfuerzo por construir una planta baja que se adecuara a una mirada contemporánea de cómo se pueden habitar y transitar los espacios sin perder contacto con la calle.
La planta se organiza a través de la disposición de dos piezas de equipamiento monolíticas que agrupan gran cantidad de servicios, sistemas y programas. Por un lado, un engrose de muro en el que se estructuran recepción, escalera, baño y hogar y sus respectivos guardados, revestido en pino tea rescatado de las vigas que sostenían el piso de madera y transformado en una singular trama texturada. Por el otro un monolito de corte “Kubrikeano”, negro, opaco y algo misterioso, como aquel que marca tanto el principio como el final de la evolución del hombre en formato thriller espacial. En el se organiza la cocina y todo el equipamiento de uso cotidiano, a la vez que se desdobla como superficie de llegada, apoyo, trabajo y reunión. Un prisma absoluto de seis metros de largo. El resto será definido por piezas de equipamiento diseñadas adhoc, una mesa tamaño banquete que encompasa con la mesada y un sillón modular que enfrenta al vacío con una topografía de usos que sirven a todos los frentes.
La planta alta no presenta grandes variaciones al armado original, más allá de un severo ajuste de las líneas para recuperar un living íntimo en correlato con el balcón, además de sumar un lavadero de servicio y una nueva escalera que hace posible una futura ampliación, pero que sobre todo permitie un fácil acceso a la terraza plana para hacerle frente a los interminables volúmenes de hojas y pelusa de los plátanos que la bañan otoño tras primavera.
La contra fachada, presenta quizás el mayor movimiento de la reforma, en su relectura de la planta baja y en el especial hincapié por hacer de las decisiones de proyecto sistemas que ayuden a sintetizar los espacios. Mientras un ventanal hace del jardín una parte del living, una serie de ventanas verticales horadan la masa de la primera planta conectando visualmente el cielo con la tierra en un pulmón de medianeras cercanas y con poco horizonte.
Una vez más respetando la bipolaridad original de la obra, pero nivelando el desarrollo y las intenciones de ambas caras de la casa.